Diarios Estoicos: Mirada con perspectiva



“Desde el cielo, los imperios son puntos. Las preocupaciones, ecos lejanos. Y el ego… apenas un susurro que se disipa con el viento.”

Luciano de Samósata no fue un estoico, ni falta que le hizo. Fue poeta, satírico, filósofo a su manera: escéptico, burlón, a ratos insolente. Uno de esos hombres peligrosamente lúcidos que hacen temblar a los que se toman demasiado en serio. Pero en su Icaromenipo nos dejó, sin querer queriendo, una lección profundamente estoica: que todo lo humano, visto desde la altura, se vuelve menos trágico, más risible y —a veces— simplemente irrelevante.

Menipo, personaje de su invención y alter ego insolente, logra lo que muchos filósofos intentan con tratados: despegar. Con alas prestadas y audacia de pájaro viejo, se eleva por los cielos y contempla la Tierra desde una distancia que no concede indulgencias. Desde allá arriba, los palacios parecen motas de polvo, los generales se confunden con los comerciantes, y las guerras no son más que peleas de patio escolar amplificadas por la vanidad. Los dioses, claro, no pueden evitar reír.

Platón, más solemne, pero no menos certero, ya lo había intuido. Es preciso —escribió— que quien habla de los hombres lo haga desde una atalaya. Que vea el desfile completo: las bodas y los funerales, los juicios y los carnavales, la agricultura y el adulterio. Todo junto, mezclado, como una coreografía incomprensible que solo tiene sentido cuando uno deja de mirar desde dentro del ruedo y sube un poco. Como quien sube al palco y comprende, de golpe, que los actores están todos improvisando. Algunos muy mal.

Marco Aurelio, como buen emperador estoico, también buscaba esa perspectiva. Pero en vez de alas o atalayas, se refugiaba en su diario. Desde allí, se obligaba a mirar las cosas “desde lo alto”, como si todo lo que le ocurría —las traiciones, las batallas, las reuniones de senado— fueran apenas fenómenos pasajeros dentro de una niebla más vasta. No era cinismo. Era claridad. Era saber que el alma se deforma cuando se deja arrastrar por lo urgente y olvida lo esencial.

Y aquí estamos nosotros, lectores de Menipo, de Platón, de Marco, enfrentando nuestras pequeñas tragedias cotidianas: un mensaje sin responder, una reunión que pudo ser un correo, una espera en el tráfico que amenaza con erosionar el último resto de virtud. ¿Qué hacer? Tal vez lo que haría Menipo: elevarnos. No literalmente, porque ni tenemos alas ni el tráfico aéreo lo permite. Pero sí con la mente. Con ese gesto interior que nos dice: esto que te atormenta, ¿importará en una semana? ¿En un año? ¿Desde el cielo?

Luciano se reía. Platón contemplaba. Marco meditaba. Y yo, que no soy ni uno ni otro, intento escribir esta entrada de blog para recordarme —y recordarte— que casi todo lo que hoy parece insoportable es, en realidad, perfectamente soportable. Y que reírse de uno mismo no es un acto de debilidad, sino de higiene espiritual.

Así que, antes de gritarle al vecino o enviar ese correo lleno de orgullo, sube. Aunque sea un poco. Mira desde arriba. Respira. Y si puedes, ríete. No con burla. Con comprensión. Con ironía amable. Con el humor de quien sabe que todo esto —el drama, el caos, el mundo entero— es, al final, un punto más girando en silencio en la vastedad del cielo.

Recomendación musical para leer este texto: “Weightless” – Marconi Union




Publicado en Segundas Temporadas, la serie Diarios Estoicos de César Ricaurte.


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