Diarios Estoicos: El arte de cerrar la puerta a tiempo
No hay pasión que no llegue con cara de cordero.
Tocan la puerta con delicadeza, se disculpan por la hora, traen promesas modestas: solo cinco minutos más, solo esta vez, solo por hoy.
Séneca —el viejo zorro romano que aprendió del poder y del abismo— lo sabía demasiado bien. “Ningún vicio llega con espada desenvainada. Todos se excusan. Todos fingen ser huéspedes pasajeros.”
Y sin embargo, cuando te descuidas, se mudan contigo.
Te reordenan los muebles, te ocupan el sofá, te programan el día. El enojo, la avaricia, la pereza, la comparación venenosa que hoy se disfraza de scroll infinito. Cada uno empieza como una pulsación sutil, pero si no se les enfrenta de entrada, se convierten en dictadores de costumbres.
No se trata de moralismo.
Es estrategia de vida.
Es aprender que muchas de nuestras peores decisiones no fueron errores épicos, sino permisos insignificantes que dimos en días nublados.
Un clic. Un desliz. Un “ya que estamos”.
La filosofía estoica no nos pide que seamos ascetas esculpidos en mármol. Solo nos pide que no seamos tontos. Que no creamos que podemos pactar con la pasión sin pagar peaje. Que no pensemos que se puede negociar con el fuego sin chamuscar la voluntad.
Cierra la puerta a tiempo.
Con firmeza, sí, pero sin drama.
Como quien sabe que guardar el orden no es represión, sino un acto de amor propio bien administrado.
Y si ya entraron… bueno, entonces hay que desalojar. Pero créeme: es más fácil negar la entrada que hacer mudanza con ellos adentro.
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