Acto por acto: la dignidad en un mundo que no coopera
“Es preciso que ordenes tu vida acto por acto; y si cada uno de ellos lo haces como debe hacerse, puedes estar satisfecho. Luego nadie puede impedirte que obres como debes. «¿Y si sobreviene algún obstáculo extraño?», preguntarás. No; nada puede impedirte que seas, por lo menos, justo, moderado y razonable. «¿No habrá, quizá, otra circunstancia que me arrebate cualquier medio de obrar?», dirás todavía. En este caso, resígnate ante el obstáculo mismo; obra como te esté permitido, sin protestar, y de ello provendrá luego otra acción, que entrará, igualmente, en el plan de vida que debes seguir.”
Marco Aurelio, Meditaciones, 8.32
Hay días en que uno quiere orquestar la vida como una sinfonía bien afinada. Comienzas con propósito: el café se sirve con devoción casi litúrgica, la lista de tareas parece razonable, y hasta el tráfico da señales de clemencia. Pero entonces… ¡bam! Entra el correo que te arruina el zen, el WhatsApp que te lanza a la estratósfera, el funcionario que “no encuentra el archivo” o el algoritmo que decide esconder tu última publicación justo cuando te sentías Marco Aurelio en versión community manager.
Y sin embargo —y aquí está el giro estoico que nos salva del berrinche improductivo—, Marco Aurelio nos recuerda que el plan de vida no es una tabla rígida sino una brújula moral. Lo único que no puede ser impedido por nadie —ni por gobiernos, ni por sistemas, ni por redes caídas— es tu capacidad de actuar con justicia, templanza y razón. Acto por acto, dice el emperador filósofo, como si la vida fuera una obra de teatro que escribimos línea a línea, incluso cuando el telón se cae o el apuntador se queda dormido.
Y si llega el obstáculo (que llegará, porque la vida tiene alma de guionista caprichoso), la consigna no es la rabieta ni el lamento barroco. Es adaptarse, actuar dentro de los límites y convertir ese límite en una nueva forma de coherencia. El “plan de vida” no es un Excel inalterable, sino un arte de la improvisación ética.
Y así, paso a paso, acto tras acto, construimos una existencia que —aunque no perfecta— puede, al menos, ser digna.
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