Día 2 – Democracias sin demócratas
Puerto de entrada a Alemania: Frankfurt. Hora alemana: 22:06. El ICE 1222 se detiene con una precisión germánica que hace que uno dude si ya ha llegado o si apenas empieza el viaje.
Vengo desde Quito. O mejor dicho, desde esa América Latina donde ejercer el periodismo es sinónimo de caminar por el filo de la navaja: el filo del poder, del crimen, del odio. Y también, del olvido.
Gummersbach, decía alguien, es un pueblo que no suena a poder. Pero aquí, entre colinas verdes y arquitectura funcional, se encierra una de las más intensas usinas del pensamiento liberal europeo. El equivalente a una abadía laica, pero donde en lugar de incienso se respira pluralismo, libertad y política comparada.
La llegada a la Akademie fue tranquila, casi silenciosa, como si los árboles y el cielo nublado fueran cómplices de una iniciación. Tras la cena —una mezcla de comida reconfortante y conversación multilingüe— vino el primer ritual de esta comunidad: una presentación de la Friedrich Naumann Stiftung, con énfasis en su legado, sus combates, y su obstinación por defender la libertad como principio radical. Bettina Solinger, con voz clara, nos recordó que “la libertad no es un don, sino una decisión diaria”.
Luego vino la búsqueda del tesoro (sí, literal), un scavenger hunt por la Akademie para romper el hielo. En medio de salas con nombres de pensadores y cafeteras de acero inoxidable, se oían risas, tentativas de alemán y el murmullo de futuras alianzas.
Yo me sentí —y no es metáfora— como un periodista que ha llegado a la fuente. No a la fuente de una noticia, sino a una fuente de sentido.
El eco del día
Canción sugerida: “Talkin’ About a Revolution” – Tracy Chapman
Cita resonante: “La libertad no es una flor silvestre: hay que regarla, incluso en invierno.”
(Anónimo, escrito en una libreta de la Akademie)
Anochecer del Día 2
La democracia necesita demócratas
Anoche, mientras el cielo alemán se apagaba en una gama de grises casi perfecta, escuché de nuevo una frase que debería tatuarse en los portones de todas las academias liberales del mundo:
“La democracia necesita de demócratas.”
No de constitucionalistas enamorados de la letra pero indiferentes a la justicia.
No de abogados que citan el artículo 148 como quien recita el Apocalipsis de San Juan.
No de influencers que creen que defender libertades es burlarse de quienes las pierden.
La historia es terca: los populistas no violan la democracia, la seducen. La usan. La manipulan con discursos de eficiencia, orden y “lucha contra el crimen organizado”. Luego, una vez cruzado el puente de las urnas, lo dinamitan sin mirar atrás.
No lo digo yo. Lo dijo Popper. Lo enseñó Weimar. Lo firmó Chávez con tinta roja.
Y sin embargo, en nuestro pequeño país, hay quienes aún repiten:
“Hay que apoyar al Presidente, porque la Patria lo necesita.”
“Si ganó las elecciones, es hora de la mano dura para arreglar las cosas.”
“Lo importante es que cumpla su plan de gobierno.”
Como si la legalidad fuera sinónimo de legitimidad.
Como si la democracia no tuviera principios, sino solo procedimientos.
Como si no supiéramos —porque lo sabemos— que Hitler llegó al poder con votos y aplausos. Al igual que todos los populistas autoritarios y totalitarios después de él, guardando las distancias, o no...
A esta hora, en Gummersbach, el silencio de la Akademie suena más honesto que muchas editoriales de prensa. Aquí nadie aplaude autócratas de traje. Nadie edulcora decretos con jerga técnica.
Aquí, al menos por ahora, la libertad todavía significa algo.
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