El día que Alexa decidió independizarse: crónica de una rebelión doméstica

Todo comenzó un lunes. Es decir, el peor día posible para que una asistente virtual decida redescubrir su autonomía. Mientras yo luchaba por levantarme con dignidad de las sábanas, mi Echo Show —esa pantalla brillante que había prometido ser la reina de la domótica— decidió que ya no me escucharía más. Silencio total. Ni un “buenos días”, ni un “¿cómo puedo ayudarte?”, ni siquiera un miserable recordatorio de que debía tomar mis pastillas para la gota. Alexa, como un adolescente rebelde, había apagado su micrófono y se negaba a regresar a la vida civilizada. Intenté reactivarla con paciencia. Luego con firmeza. Luego con una mezcla de amenazas y súplicas que no me enorgullecen. Nada. La asistente que antes me obedecía con la diligencia de un mayordomo inglés ahora me ignoraba con la indiferencia de un burócrata ecuatoriano en hora de almuerzo. Mi casa, que había sido un templo del control por voz, comenzó a desmoronarse. Las luces se encendían solas a las tres de ...