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Diarios Estoicos: Mirada con perspectiva

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“Desde el cielo, los imperios son puntos. Las preocupaciones, ecos lejanos. Y el ego… apenas un susurro que se disipa con el viento.” Luciano de Samósata no fue un estoico, ni falta que le hizo. Fue poeta, satírico, filósofo a su manera: escéptico, burlón, a ratos insolente. Uno de esos hombres peligrosamente lúcidos que hacen temblar a los que se toman demasiado en serio. Pero en su Icaromenipo nos dejó, sin querer queriendo, una lección profundamente estoica: que todo lo humano, visto desde la altura, se vuelve menos trágico, más risible y —a veces— simplemente irrelevante. Menipo, personaje de su invención y alter ego insolente, logra lo que muchos filósofos intentan con tratados: despegar. Con alas prestadas y audacia de pájaro viejo, se eleva por los cielos y contempla la Tierra desde una distancia que no concede indulgencias. Desde allá arriba, los palacios parecen motas de polvo, los generales se confunden con los comerciantes, y las guerras no son más que peleas de patio escola...

Diarios Estoicos. Tu espíritu es intocable: una meditación desde Marco Aurelio hasta los semáforos en rojo

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“Si tu espíritu no lleva a cabo las funciones que le están encomendadas, nadie, sino tú, es quien lo impide. Porque ni el fuego, ni el hierro, ni el tirano, ni la infamia, ni ninguna otra cosa lo alcanzan.” — Marco Aurelio, Meditaciones, 8.41 No hay excusa externa. No hay evento, tragedia, personaje o circunstancia capaz de impedirte actuar con justicia, pensar con claridad y vivir con propósito. Lo que puede fallar no es el mundo, sino tu alineación con él. Y sí: esta es una frase severa. Pero también profundamente liberadora. Porque si el obstáculo eres tú… también eres la solución. Fuego, hierro y tráfico: las formas modernas del combate estoico No todos enfrentamos guerras de frontera como Marco Aurelio. Pero todos —cada día— peleamos nuestras propias batallas pequeñas: Un semáforo eterno y un reloj que avanza con crueldad. Una conversación que se torna agresiva por WhatsApp. Una reunión que empieza con media hora de retraso. Una fila interminable en la farmacia. Una crítica que no...

Veinte minutos tarde: el fracaso como espejo (estoico)

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  Hay días que parecen intrascendentes… hasta que te dan una lección de vida sin avisar. Hoy fue uno de esos. Y la clase duró exactamente veinte minutos. Tenía una cita importante. De esas que uno no debería —no puede— perderse ni llegar tarde. Pero decidí jugar con el tiempo como si fuera un niño con un encendedor cerca de un charco de gasolina. Salí con lo justo. Justísimo. Ese “justo” que en realidad significa: confío en que el mundo se alinee a mi conveniencia. Spoiler: el mundo no lo hizo. Se acumularon pequeñas tragedias urbanas que, juntas, armaron un coro griego de advertencias: el semáforo eterno, la moto que se cruzó con coreografía de suicida, el taxista detenido en modo filósofo contemplativo… y yo, atrapado en mi propio experimento de negación del tiempo. Llegué veinte minutos tarde. Y no fue el retraso lo que dolió. Fue la certeza de haberlo provocado. Recordé, como quien recuerda un verso que suena más a veredicto que a poesía, una frase que escribí hace poco: “No fa...

Hoy, no mañana

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(con Marco, con Séneca… y con esa urgencia que no da tregua) ¿Cuántas veces hemos dicho: “mañana”? Mañana empezaré. Mañana escribiré. Mañana seré mejor. Mañana dejaré de postergar la vida mientras finjo que la pienso. Y entonces viene Marco Aurelio -sí, el emperador estoico, el que gobernaba imperios mientras batallaba contra su alma— y nos lanza una frase que suena más a sentencia que a consejo: “Con razón llevas tu merecido. Pues esperas aplazar hasta mañana el ser bueno, antes que serlo desde hoy mismo.” Ay, Marco Aurelio. Uno intenta justificar sus pequeños aplazamientos, sus prórrogas morales, su modesta flojera ética… Y tú vienes, sobrio como un mármol, a decir que el castigo no es castigo, sino consecuencia. Que no se trata de ser héroe, sino de serlo ahora. Que postergar la virtud ya es perderla. Que mañana no existe. Y punto.  Pero a este diálogo le falta pólvora. Y entonces entra Séneca, no con toga filosófica sino con máscara trágica. Pone en escena a Medea —la mujer her...