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Veinte minutos tarde: el fracaso como espejo (estoico)

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  Hay días que parecen intrascendentes… hasta que te dan una lección de vida sin avisar. Hoy fue uno de esos. Y la clase duró exactamente veinte minutos. Tenía una cita importante. De esas que uno no debería —no puede— perderse ni llegar tarde. Pero decidí jugar con el tiempo como si fuera un niño con un encendedor cerca de un charco de gasolina. Salí con lo justo. Justísimo. Ese “justo” que en realidad significa: confío en que el mundo se alinee a mi conveniencia. Spoiler: el mundo no lo hizo. Se acumularon pequeñas tragedias urbanas que, juntas, armaron un coro griego de advertencias: el semáforo eterno, la moto que se cruzó con coreografía de suicida, el taxista detenido en modo filósofo contemplativo… y yo, atrapado en mi propio experimento de negación del tiempo. Llegué veinte minutos tarde. Y no fue el retraso lo que dolió. Fue la certeza de haberlo provocado. Recordé, como quien recuerda un verso que suena más a veredicto que a poesía, una frase que escribí hace poco: “No fa...

Hoy, no mañana

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(con Marco, con Séneca… y con esa urgencia que no da tregua) ¿Cuántas veces hemos dicho: “mañana”? Mañana empezaré. Mañana escribiré. Mañana seré mejor. Mañana dejaré de postergar la vida mientras finjo que la pienso. Y entonces viene Marco Aurelio -sí, el emperador estoico, el que gobernaba imperios mientras batallaba contra su alma— y nos lanza una frase que suena más a sentencia que a consejo: “Con razón llevas tu merecido. Pues esperas aplazar hasta mañana el ser bueno, antes que serlo desde hoy mismo.” Ay, Marco Aurelio. Uno intenta justificar sus pequeños aplazamientos, sus prórrogas morales, su modesta flojera ética… Y tú vienes, sobrio como un mármol, a decir que el castigo no es castigo, sino consecuencia. Que no se trata de ser héroe, sino de serlo ahora. Que postergar la virtud ya es perderla. Que mañana no existe. Y punto.  Pero a este diálogo le falta pólvora. Y entonces entra Séneca, no con toga filosófica sino con máscara trágica. Pone en escena a Medea —la mujer her...