Hoy, no mañana
(con Marco, con Séneca… y con esa urgencia que no da tregua)
¿Cuántas veces hemos dicho: “mañana”?
Mañana empezaré.
Mañana escribiré.
Mañana seré mejor.
Mañana dejaré de postergar la vida mientras finjo que la pienso.
Y entonces viene Marco Aurelio -sí, el emperador estoico, el que gobernaba imperios mientras batallaba contra su alma—
y nos lanza una frase que suena más a sentencia que a consejo:
“Con razón llevas tu merecido. Pues esperas aplazar hasta mañana el ser bueno, antes que serlo desde hoy mismo.”
Ay, Marco Aurelio.
Uno intenta justificar sus pequeños aplazamientos, sus prórrogas morales, su modesta flojera ética…
Y tú vienes, sobrio como un mármol, a decir que el castigo no es castigo, sino consecuencia.
Que no se trata de ser héroe, sino de serlo ahora.
Que postergar la virtud ya es perderla.
Que mañana no existe.
Y punto.
Pero a este diálogo le falta pólvora.
Y entonces entra Séneca, no con toga filosófica sino con máscara trágica.
Pone en escena a Medea —la mujer herida, la mujer que ya no ruega, la mujer que decide actuar, aunque el mundo tiemble.
“Consumará este día, sí, consumará algo que ya nunca ningún otro día pueda mantener en silencio.”
Y entonces ya no se trata solo de virtud postergada, sino de furia contenida.
De decisión como estallido.
De palabras que no caben más en el pecho.
De actos que ya no admiten aplazamiento ni diplomacia.
Hoy.
Hoy se consuma.
Entre Marco y Séneca —entre la templanza y la llama— se abre un espacio.
Un espacio para nosotros, los que llevamos años ensayando, los que escribimos borradores de existencia, los que a veces confundimos la prudencia con el miedo.
Y en ese espacio, hay una pregunta:
¿Qué vas a hacer con este día?
Porque, aunque suene radical,
hay cosas que si no se hacen hoy,
ya no se hacen nunca.
No porque falte tiempo.
Sino porque se enfría el alma.
Yo no sé si hoy cambiaré el mundo.
Pero quizás hoy pueda no traicionarme.
Quizás hoy no ponga en pausa la voz que me llama.
Quizás hoy diga:
para esto me entrenaba.
Aunque tiemble.
Aunque duela.
Aunque lo diga en voz baja.
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