Love Deluxe: Una noche con Sade, una copa de vino y la aguja flotando
Hay noches que no exigen explicación. No buscan exuberancia ni velocidad. No piden rupturas, ni riffs, ni experimentos sónicos. Hay noches que, simplemente, te conducen hacia Sade.
Coloco el vinilo en el plato, dejo que el brazo del tornamesa flote, como si se tratara de una caricia lenta. Y entonces entra la primera pista. Esa voz. Ese aliento contenido que parece hecho de terciopelo y humo. Todo lo demás -la luz azul tenue, el whisky ambarino en la copa equivocada, los sonidos de McIntosh pulsando como si respiraran- se vuelve apenas un acompañamiento.
Sade no canta. Declara. Sugiere. Oculta. Y en ese misterio está su poder. “Love Deluxe” (1992) no envejece porque nunca pretendió sonar moderno. No necesitó filtros de época. Es minimalismo emocional en estado puro. Groove contenido, atmósferas densas y un erotismo tan elegante que nunca se rebaja a la obviedad.
La producción es cristalina. Puedes distinguir el roce del platillo, la reverberación exacta del bajo, el espacio entre notas. Por eso este disco exige equipo. No por esnobismo técnico, sino porque merece ser escuchado en su dimensión real. No en auriculares de plástico o en compresión digital, sino con la profundidad que un sistema analógico bien calibrado le puede entregar. Esta noche lo hago así. Y es otra cosa. Es como mirar a los ojos y no a la pantalla.
No todas las grabaciones soportan el paso de los años, los sistemas más exigentes o las escuchas en soledad. Pero “Love Deluxe” lo hace todo con aplomo. Porque Sade nunca se desesperó por gustar. Y quizás por eso -precisamente por eso- se cuela en lo más íntimo.
Esta noche es para el silencio entre temas. Para el segundo exacto donde el groove cae. Para “No Ordinary Love” y su melancolía que te abraza sin sofocar. Para pensar en nada y sentirlo todo.
Y sí, abro otra copa. Porque hay discos que no se escuchan. Se acompañan.
No todas las grabaciones soportan el paso de los años, los sistemas más exigentes o las escuchas en soledad. Pero “Love Deluxe” lo hace todo con aplomo. Porque Sade nunca se desesperó por gustar. Y quizás por eso -precisamente por eso- se cuela en lo más íntimo.
Esta noche es para el silencio entre temas. Para el segundo exacto donde el groove cae. Para “No Ordinary Love” y su melancolía que te abraza sin sofocar. Para pensar en nada y sentirlo todo.
Y sí, abro otra copa. Porque hay discos que no se escuchan. Se acompañan.
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