Class of ’55: el disco donde Orbison, Cash, Lewis y Perkins volvieron al rock sin pedir permiso ni perdón

 



Había pasado el día caminando casi 10 kilómetros, explorando entre calles adoquinadas, olor a gofre y turistas con paraguas. Ya me dolía el dedo gordo del pie (el de la gota, claro), Alexa me había ignorado olímpicamente en la mañana, y yo solo quería un refugio. Y ahí estaba: Una tienda escondida de Bruselas, entre vinilos de techno belga, reediciones del sello ECM y alguna que otra joya de la chanson francesa, me topé con un disco que no buscaba… o quizá él me encontró a mí. 

Se titula Class of ’55 y en la portada, como si fuera la foto de un anuario desordenado, aparecen cuatro tipos que fundaron eso que luego llamamos rock and roll: Roy Orbison con sus lentes oscuros de mártir pop, Johnny Cash con su expresión de funeral elegante, Jerry Lee Lewis mirando como quien no recuerda si acaba de prender fuego a un piano o a su casa, y Carl Perkins sonriendo con cara de: “yo sí me acuerdo de todo, pero no lo voy a contar”.

Spoiler: no es un gran disco.

Contra-spoiler: es mucho más que eso.

No hay hits, ni poses, ni frases para camiseta. Hay canciones que suenan como una sobremesa entre amigos que lo vivieron todo y, contra todo pronóstico, sobrevivieron. Es un disco con olor a bourbon añejo, no a champú neoyorquino.

El disco se grabó en 1986, año en que muchos productores andaban desesperados por saber cuánta reverb podían meterle a una batería sin que estallara la consola. Pero aquí no hay de eso. Hay guitarra limpia, piano honesto, contrabajo con dignidad y voces que respiran. No es que suene bien “para su época”. Suena bien pese a su época.

Los 80 fueron la década del disfraz: de músicos con hombreras y peinados imposibles, de sintetizadores gritones y cajas de ritmo que parecían golpear con entusiasmo de fábrica. Pero Class of ’55 parece grabado en un refugio atemporal donde solo importa la canción, la emoción y el eco que queda cuando un verso se canta con verdad. Su sonido sobrio, orgánico y cálido se debe, en buena medida, a la mano del productor Chips Moman, un veterano de Memphis que sabía cómo grabar desde el alma y no desde la moda.

En Class of ’55, lo que se escucha es el espacio: hay aire entre los instrumentos, las voces respiran, y los arreglos no buscan deslumbrar, sino acompañar. Un contrabajo bien plantado, guitarras limpias, pianos que no compiten con los vocalistas, y una batería contenida. Esto da lugar a un sonido de banda en vivo, casi como si uno estuviera en la sala con ellos, oyendo a cuatro viejos amigos repasar su historia con ternura y cierto dejo de melancolía.

Y lo mejor: las voces. En 1986, Roy Orbison aún tenía ese falsete dolorosamente celestial, Johnny Cash mostraba su gravedad crepuscular, Jerry Lee Lewis —el más salvaje— aún escupía su irreverencia con estilo, y Carl Perkins aportaba su calidez entrañable. Ninguno intenta eclipsar al otro, y eso también habla de una sabiduría musical adquirida con los años.

Es un álbum que suena como si los micrófonos hubieran estado puestos para captar la emoción y no la perfección técnica. De hecho, es el tipo de disco que gana con la aguja del vinilo, con ese pequeño “crack” entre surcos que lo acerca más al recuerdo que a la moda.

Hay una canción —“We Remember the King”— que hace una pausa para recordar a Elvis. Es un homenaje sin estridencias, sin lágrimas baratas. Solo un susurro entre amigos, como quien brinda por el ausente sabiendo que no necesita más que eso.

Y al final del disco, en una pista hablada-cantada con John Fogerty, Rick Nelson, John Fogerty, The Judds, Dave Edmunds, Sam Phillips y June Carter Cash y otros invitados, levantan la copa. Literalmente. Como en esas fiestas donde la música ya bajó, pero nadie se quiere ir.

Class of ’55 no es un disco esencial para la historia del rock. Es algo mejor: un testimonio de que se puede envejecer sin volverse ridículo. Que se puede volver al origen sin disfrazarse de uno mismo. Que el rock and roll, cuando es real, no necesita maquillaje ni efectos. Solo necesita cuatro tipos, un estudio, un micrófono y una historia que contar.

No lo vas a bailar en TikTok. No va a aparecer en “Essentials” de Apple Music. Pero si alguna vez tienes un tocadiscos prestado y una noche larga por delante, este disco te va a hablar. 

Y lo va a hacer en voz baja. Como se hablan los amigos que ya no tienen nada que probar.


 


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