El periodista del futuro tendrá tres cabezas (y una VPN)

 

Los griegos lo sabían: hay triángulos que pueden sostener el mundo y otros que lo vuelven inestable. Esta ecuación con la que trabajamos hoy —ética, autoprotección e inteligencia artificial— pertenece a la segunda categoría. Una figura geométrica peligrosa, tensa, que no termina de cerrarse. Y, sin embargo como periodistas, estamos obligados a habitarla.

Cada 3 de mayo, como si fuera una fecha de esas que repetimos con esperanza testaruda, conmemoramos el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Un recordatorio incómodo de que, en el mejor de los casos, la libertad informativa es una conquista en disputa permanente. Este año, la UNESCO ha puesto sobre la mesa un tema tan urgente como esquivo: la inteligencia artificial y su impacto en el periodismo. Porque claro, no solo se trata de robots que redactan notas, sino de un cambio profundo en las reglas del juego: quién informa, quién decide qué es noticia, quién nos vigila mientras lo hacemos.

En algún momento entre las fake news, los trolls y los bots que insultan con puntualidad inglesa, alguien —probablemente un consultor con PowerPoint— dijo que la inteligencia artificial venía a salvar al periodismo.

Y claro, después de años de precariedad, amenazas y gobernantes con vocación de censores ilustrados, sonó casi como música. ¿Una IA que investiga, redacta y corrige mientras tú duermes? ¿Dónde firmo?

El problema es que no leímos la letra pequeña.

La IA puede escribir, sí. Puede editar, traducir, resumir. Pero también puede espiar, manipular, sesgar y replicar con eficiencia alemana los prejuicios de quien la alimenta.

Y entonces aparece el dilema:

¿Puede un periodista del siglo XXI ser ético, seguro y tecnológicamente eficiente al mismo tiempo?

O como diría un viejo editor de aquellos que olían a tinta y whisky: “¿se puede caminar con dignidad entre algoritmos y sicarios digitales sin perder la cabeza?”

Ética: ese viejo cacharro que ya no carga en iOS

La ética, seamos sinceros, es incómoda.

No sirve para viralizar ni cotiza en bolsa.

Pero es lo único que separa a un periodista de un influencer con agenda, o de una IA sin alma.

Porque claro, la máquina puede titular rápido, pero no sabe lo que se siente tener a la fiscalía respirándote en la nuca. No entiende lo que implica publicar una nota cuando sabes que mañana te esperará una demanda, una amenaza o una diputada con tiempo libre y ganas de indignarse.

La ética es eso que nos obliga a dudar, a verificar, a consultar la segunda fuente aunque esté a tres horas de distancia y con mal señal de WhatsApp.

Y sí, la IA te puede ayudar. Pero no puede decidir.

Porque aún no hay algoritmo que reemplace al juicio humano (ni a la culpa católica del periodista latinoamericano, por cierto).

Autoprotección: ahora con antivirus y chaleco antibalas

Hubo un tiempo en que autoprotección significaba llevar el casco del canal y avisar a la redacción dónde ibas. Ahora, además, tienes que proteger tus contraseñas, cifrar tus mensajes, tener doble autenticación, revisar si la app que bajaste es realmente de grabación o de espionaje gubernamental cortesía israelí, vía Pegasus.

Ser periodista hoy es ser paranoico con causa.

No solo porque hay Estados que te escuchan, partidos que te vigilan, y troll centers que te inventan escándalos familiares con la precisión de una telenovela…

Sino porque cada clic deja huella y cada silencio puede ser interpretado como complicidad.

Y mientras tanto, las autoridades sigue sin entender por qué es grave que te impidan grabar en un recinto electoral. Todo bien.

Inteligencia artificial: ¿becario brillante o infiltrado silencioso?

¿Que la IA te puede ayudar? Por supuesto.

Pero es como ese pasante que llega vestido de traje y con doctorado en Harvard… pero no sabe distinguir una noticia real de un panfleto electoral.

La IA no tiene contexto, no conoce tu historia, no sabe que esa fuente “anónima” ya te mintió tres veces. No ha estado en una sala de redacción con el presupuesto al borde del colapso y la amenaza judicial en la puerta. No se toma un café para pensar si vale la pena publicar lo que sabes.

Y lo más grave: no tiene a quién rendirle cuentas.

Así que sí, úsala. Pero no te enamores.

Ni creas que lo que produce es periodismo solo porque suena bonito y no tiene errores de ortografía.

¿Se puede hacer buen periodismo hoy sin traicionarte, sin que te hackeen y sin quedar sepultado bajo un alud de datos sintéticos?

La respuesta es: depende.

Depende de tu instinto, de tus principios, de la red de colegas que te respalda (y te advierte cuando estás por meter la pata).

Depende de entender que no estamos ante un apocalipsis, sino ante una nueva temporada de esta serie rara llamada democracia —con menos presupuesto, pero más giros argumentales.

Y sobre todo, depende de no olvidar que el periodismo, ese que molesta, que incomoda, que pregunta y vuelve a preguntar, sigue siendo un oficio profundamente humano.

Con sus contradicciones, claro. Pero también con esa tozuda costumbre de buscar la verdad… aunque la IA diga que eso ya no se lleva.

Así que no, el periodista del futuro no tendrá tres cabezas. Con una le basta. Pero sí necesitará una conciencia bien afilada, una VPN decente y, con suerte, algo de humor para sobrevivir al próximo escándalo de turno generado por un bot disfrazado de analista.

Bonus track: Si esta nota te dejó más preguntas que respuestas, bienvenida sea. Esa, después de todo, es la primera señal de que seguimos pensando como periodistas.

 


 


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