No hacer nada, trabajar con propósito: entre Epicteto, Buda… y esta necesidad de sentido

No hacer nada, trabajar con propósito
“No puedo llamar a alguien trabajador si solo oigo que lee o escribe… pero si pone su esfuerzo en relación con su propia conducta, para seguir adelante conforme a su naturaleza, solo entonces lo considero trabajador.”
— Epicteto, Disertaciones, 4.4.41; 43
“De la nada surge todo. La no acción es la más perfecta de las acciones.”
— Principio zen, en eco con el wu wei taoísta

Hay días en que uno trabaja como bestia. Lee, escribe, responde correos, corrige textos, desborda pestañas del navegador, actualiza informes. Se siente ocupado. Se siente útil. Se siente —para decirlo con ironía— “productivo”.

Y sin embargo… algo no cuadra.

Epicteto te susurra desde el rincón del escritorio: ¿eso que haces, te hace mejor? ¿Te alinea o te dispersa?
Y al mismo tiempo, desde algún lugar más difuso, como en eco de incienso y silencio, el budismo zen parece decirte: quizás estás haciendo demasiado… para evitar estar contigo mismo.

Epicteto: el trabajo que pule el alma

El estoico no premia al que suda. Premia al que se transforma. El que trabaja no porque hay que hacer algo, sino porque sabe que en cada línea escrita, en cada decisión asumida, está templando su carácter.

No se trata de llenar la agenda. Se trata de vaciar el ego.

Zen: la acción sin ansiedad

Del otro lado, la sabiduría zen dice: no empujes el río. Deja que la hierba crezca sola. No interfieras. No hagas nada... que no deba hacerse.

Es la paradoja perfecta: la inacción activa. No es pasividad, es presencia sin pretensión. No es dejar de actuar, sino dejar de forzar.

Entonces… ¿el estoico y el budista se pelean o se abrazan?

Durante años pensé que sí se contradecían. Que uno era el del deber, del esfuerzo diario, del “haz lo que depende de ti”... y el otro, el de la entrega al vacío, el de sentarse a observar las hojas caer.

Pero últimamente empiezo a sospechar que dicen lo mismo… con acento distinto.

Ambos te piden silencio. Uno para pensar en lo justo, el otro para olvidarte del yo. Ambos desprecian el ruido. Ambos sospechan del éxito. Ambos hablan de disciplina. Y ambos, en el fondo, te preguntan lo mismo:

¿Esto que estás haciendo… tiene sentido?

Hoy me senté a escribir esto no porque tenía que hacerlo. Sino porque no hacerlo sería traicionarme. Porque me lo pedía una parte de mí que ya no negocia con la apariencia ni con la ansiedad de parecer ocupado.

Trabajo, sí. Pero quiero trabajar desde el centro, no desde la periferia. Con las manos, pero también con el alma.

Y si eso implica, a ratos, detenerme, mirar por la ventana y dejar que el sol se filtre por entre los dedos... entonces que así sea.

No hacer nada.
Hacer con sentido.
Vivir en ese espacio estrecho donde se tocan la quietud de Buda y el coraje de Epicteto.

Ahí quiero estar.
Aunque solo sea un rato al día.


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