Veinte minutos tarde: el fracaso como espejo (estoico)
Hay días que parecen intrascendentes… hasta que te dan una lección de vida sin avisar.
Hoy fue uno de esos. Y la clase duró exactamente veinte minutos.
Tenía una cita importante.
De esas que uno no debería —no puede— perderse ni llegar tarde.
Pero decidí jugar con el tiempo como si fuera un niño con un encendedor cerca de un charco de gasolina.
Salí con lo justo. Justísimo. Ese “justo” que en realidad significa: confío en que el mundo se alinee a mi conveniencia.
Spoiler: el mundo no lo hizo.
Se acumularon pequeñas tragedias urbanas que, juntas, armaron un coro griego de advertencias:
el semáforo eterno, la moto que se cruzó con coreografía de suicida, el taxista detenido en modo filósofo contemplativo…
y yo, atrapado en mi propio experimento de negación del tiempo.
Llegué veinte minutos tarde.
Y no fue el retraso lo que dolió. Fue la certeza de haberlo provocado.
Recordé, como quien recuerda un verso que suena más a veredicto que a poesía, una frase que escribí hace poco: “No fallamos por ignorancia, sino por demora. Por esperar una señal. Por dejar para mañana la decisión que quema hoy.”
Hoy no hubo ignorancia.
Sabía la hora.
Sabía la distancia.
Sabía el tráfico.
Y aún así, demostré que saber no basta cuando uno decide ignorarse.
Los estoicos hablaban mucho de los grandes temas: la muerte, la virtud, la libertad interior…
Pero su verdadera sabiduría se revela en lo mínimo.
En no dejar para después el bien que se puede hacer ahora.
En no subestimar el poder devastador de una elección pequeña mal hecha.
Porque todo empieza ahí: en una decisión sencilla, arrogante, postergadora.
Epicteto lo habría dicho mejor, claro:
“¿Qué clase de boxeador eres?”
Yo hoy fui el boxeador que entra al ring sin calentar, sin vendaje, sin atención.
Y que, apenas en el primer minuto, recibe un golpe en el ego…
y otro en la dignidad.
La buena noticia es que los estoicos también decían que la caída no es el final, sino el inicio del reajuste.
Que quien reconoce su error ya ha dado un paso hacia la libertad.
Y que filosofar no es acumular frases, sino mirar el fracaso como espejo.
Así que aquí estoy, escribiendo esto.
No para consolarme, sino para recordarme:
mañana, saldré con tiempo.
Porque no quiero llegar tarde a mí mismo otra vez.
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