Diarios Estoicos: La Voluntad Serenísima

No hay virtud posible sin libertad. Lo que se hace por miedo, por costumbre, por cálculo o por complacer a los demás, podrá ser correcto, útil o incluso necesario. Pero no es honesto.

Séneca lo sabía. Y no hablaba desde la comodidad de un filósofo de biblioteca, sino desde el filo constante de la espada de Domiciano, del chantaje político, del exilio, del dolor. Lo que llamamos acción honesta, decía, nace de una voluntad lúcida, no de un deber impuesto ni de un mandato exterior.

Cuántas veces actuamos a desgano, por obligación, por no desentonar, por no decepcionar. Aceptamos trabajos, roles, invitaciones, silencios… no porque los hayamos elegido, sino porque tememos lo que podría pasar si no lo hacemos. ¿Y qué queda de nosotros tras esa coacción amable? Un vacío vestido de cortesía.

El estoico no rechaza la disciplina, pero sí el sometimiento. Acepta los deberes naturales —con los demás, con la comunidad, con la razón—, pero siempre los filtra por su juicio. Es voluntaria la acción del sabio, aunque le duelan las consecuencias. Es voluntaria porque es elegida, no impuesta. Porque ha pasado por la criba de su conciencia.

Y aquí viene lo más difícil: reconocer cuándo estamos viviendo a disgusto. Cuando lo hacemos por miedo al conflicto o al rechazo. Cuando seguimos una rutina que nos carcome o un guion que no escribimos.

La libertad estoica no es hacer lo que se quiere, sino querer lo que se hace. Y para eso, hay que deshacerse de muchas cadenas invisibles: el qué dirán, la falsa lealtad, el automatismo de los días.

Esta noche, antes de dormir, quizá sea útil preguntar:

¿Lo que hice hoy fue voluntario? ¿O fue la mímica de una voluntad que ya no es mía?




Comentarios

Entradas más populares de este blog

La memoria selectiva del poder: voceros, megáfonos y fantasmas del pasado

Ozzy Osbourne: el vuelo final del murciélago

Los caudillos no mueren en su cama