El valor de un gesto o cuando la palabra se vuelve pacto
No es fácil sentarse a conversar cuando han corrido gases, empujones, agresiones, silencios institucionales. No es sencillo tender una mano cuando del otro lado hay desconfianza, prejuicio, miedo. Y eso sucedió durante más de un año, periodo durante el cual logramos sentar a periodistas y oficiales de la Policía en toda la geografía ecuatoriana.
Por eso lo que ocurrió hoy, 15 de julio, en el auditorio de la Escuela Superior de Policía, merece ser contado más allá del boletín oficial. Porque hoy se firmó un documento, sí, pero sobre todo se legitimó un gesto: el de hablar, escucharse y reconocer que hay caminos que solo se pueden andar juntos.
El Documento de Acuerdos entre la Policía Nacional y periodistas no es un tratado ni una utopía. Es un conjunto de compromisos nacidos del terreno, de la práctica, del roce constante —y a veces doloroso— entre quienes deben garantizar el orden y quienes deben garantizar el derecho a contarlo. Se construyó con voces diversas, en ocho mesas de diálogo que cruzaron 22 provincias, con un curso de formación que reunió a 348 personas —policías y periodistas en proporciones casi paritarias—, y con una revisión técnica de organismos internacionales como el CICR, la UNODC y la FLIP. Acompañados por el Centro de Ginebra para la Gobernanza del Sector Seguridad (DCAF) y con el respaldo de la Embajada de Alemania, Fundamedios tuvo el privilegio —y la responsabilidad— de articular este proceso.
Lo fácil habría sido no intentarlo. Seguir en la lógica del reproche mutuo, la queja cíclica, la denuncia sin escucha. Pero hubo valentía.
En los mandos policiales que se expusieron al escrutinio, que permitieron una crítica constructiva de sus protocolos, que aceptaron sentarse con reporteros curtidos, cámaras temblorosas, editores irritados. Compromiso especial el del Mayor Emilio Terán, hasta hace pocos días director del Departamento de Coordinación Estratégica en DDHH de la Policía Nacional.
Y también en quienes ejercemos el periodismo, y decidimos mirar más allá del estereotipo del “policía represor”, para entender también las tensiones y riesgos de un trabajo que —como el nuestro— ocurre muchas veces en condiciones límite.
El resultado es un documento que toca temas sensibles: la cobertura de escenas del crimen, las protestas sociales, el acceso a la información pública. Habla de chalecos, de zonas seguras, de vocerías claras, de evitar revictimizaciones, de eliminar prácticas discrecionales en el trato con la prensa. Propone capacitaciones cruzadas, protocolos revisados con perspectiva de género e interculturalidad, e incluso la creación de una instancia de seguimiento permanente. Pero más allá de los artículos y anexos, lo que se respira es un espíritu: el del respeto como regla, el del diálogo como herramienta, el de la democracia como horizonte compartido.
Porque sí, hay que decirlo con todas sus letras: tanto la prensa como la Policía son esenciales para una democracia que no sea solo fachada. Una sin la otra pierde equilibrio. Y lograr que ambas funciones coexistan sin anularse, sin violentarse, sin desacreditarse mutuamente, es un desafío civilizatorio.
Más aún en el Ecuador de hoy: un país atrapado en una crisis de seguridad que parece no tener fondo, azotado por la violencia organizada, por la incertidumbre política y una polarización cada vez más tóxica. En ese contexto, llegar a acuerdos no es un lujo: es una necesidad urgente. Y que se haya hecho ahora, en medio del ruido, dice mucho del compromiso de quienes lo impulsaron.
Como director de Fundamedios, me correspondió intervenir en la ceremonia y lo hice con una convicción íntima: que este documento no es el final de un proyecto, sino el inicio de un camino. Porque habrá resistencias. Porque lo firmado debe ahora convertirse en práctica, en cultura, en prevención real. Porque hay que apropiarse del documento, leerlo, discutirlo, corregirlo si hace falta. Y en eso, ya lo anunciamos, nos corresponde un nuevo rol: el de promotores y vigilantes de su cumplimiento.
No todo está resuelto, claro. El periodismo sigue en riesgo. Los protocolos no bastan si no hay voluntad. Las palabras deben traducirse en actos. Pero hoy dimos un paso, y eso importa. Porque cuando los gestos construyen puentes donde antes hubo muros, la democracia se fortalece.
Y quizás, solo quizás, podamos imaginar un país donde cubrir una protesta no signifique arriesgar la vida. Donde una escena del crimen no sea territorio vedado para la verdad. Donde policía y periodista se reconozcan no como enemigos, sino como funcionarios distintos del mismo contrato social.
Ese país no es imposible. Hoy lo vislumbramos, por un instante, en un auditorio al norte de Quito. Con voz firme y acuerdos sobre la mesa. Ojalá sepamos estar a la altura del pacto que firmamos.
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