Día 11 — La república imperfecta del periodismo

 


El instante

He aquí un ejercicio de imaginación democrática: ¿cómo se sostendría una prensa libre en tiempos de algoritmos, posverdad, precariedad laboral y gobiernos autoritarios con delirio de influencers?

Eso nos preguntamos esta mañana. No era solo un juego: era la única pregunta posible.

Frente al tablero de corcho, como en un aula de civismo utópico, diseñamos los pilares de una república de prensa ideal: diversidad de fuentes de financiamiento (¡sí, también el Estado, pero bajo vigilancia!), ecosistemas regulatorios con dientes (¡no solo PowerPoints!) y periodistas con una ética renovada: más allá de la neutralidad, con vocación por explicar, investigar, reescribir el contrato social con las audiencias. Burak de Turquía (o fue mi hermano Alfonso de España?) hizo la exposición.

Pero también aparecieron otras urgencias: salud mental para periodistas quemados por la urgencia de cada día. Redes de colaboración que crucen océanos. El “embajador digital”, que no es un cargo diplomático, sino una misión narrativa.

¿Y la objetividad? Un compañero recordó que no puede ser excusa para el silencio. Otro citó a Hannah Arendt: “La verdad no es el resultado de un consenso”. El presentador portugués de nuestra mesa, con soltura de maestro y entusiasmo de activista, cerró con una palabra que quedó rebotando en el aula: transparencia.

Quizás, al final, no se trataba de construir una república perfecta, sino de no dejar de intentarlo. Y ese intento, con sus errores ortográficos y flechas de marcador negro, estaba allí: en una cartulina, en Gummersbach, un martes de julio.

 

El pensamiento

Sostener una prensa libre en el siglo XXI no es solo un problema técnico ni económico: es una cuestión civilizatoria. ¿Qué pasa cuando los medios pierden su brújula ética y el poder se disfraza de influencer? ¿Dónde queda la ciudadanía si la verdad se decide por “likes”?

La sostenibilidad mediática no puede reducirse a balances contables ni a flujos de clics. Necesita nuevas formas de legitimidad, alianzas improbables y una valentía ética que no se enseña en los manuales de estilo.

 

El detalle invisible

En uno de los tableros, alguien escribió en una esquina: mental health for journalists. Con letra pequeña, casi como si no quisiera molestar. Y sin embargo, ese fue el punto de inflexión. Porque no hay república mediática que resista si quienes la sostienen están rotos por dentro. A veces, el verdadero acto revolucionario es admitir el agotamiento.

 

El eco

Transparencia. No como consigna burocrática ni como eslogan de ONG. Transparencia como estilo narrativo, como práctica política, como horizonte moral. La transparencia no se decreta: se cultiva en cada palabra escrita, en cada silencio justificado, en cada error asumido.

Quizás la república de la prensa aún no exista. Pero en Gummersbach, durante un seminario de verano y bajo el canto de los pájaros alemanes, imaginamos su arquitectura. Y eso, al menos por hoy, nos sostuvo.

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