Diarios Estoicos: Como la viña que da uvas

 


Hay individuos que cuando hacen un favor a su prójimo se apresuran a echárselo en cara. Algunos no llegan a este extremo; pero en su fuero interno consideran a su favorecido como un deudor, y siempre tienen presente el servicio que le han hecho. Otros, en fin, ignoran al parecer hasta el favor que han podido prestar, del mismo modo que la viña no exige nada por haber creado la uva y se halla, por el contrario, muy satisfecha de haber producido el fruto que le correspondía; como el caballo que ha dado una carrera, como el perro que ha levantado la caza, como las abejas que han elaborado la miel. El verdadero bienhechor no reclama nada, sino que se prepara para otra buena acción; como la viña, que al llegar la estación da otra vez fruto. 

Marco Aurelio, Meditaciones, 5.6

Hay quienes hacen un favor y corren a recordártelo. No han terminado de tenderte la mano y ya están emitiendo factura. Otros son más sutiles: no dicen nada, pero su mirada lleva inscrita la cifra del débito. Y están los que, silenciosos, se comportan como si no hubieran hecho nada extraordinario, aunque hayan hecho lo justo, lo noble, lo generoso.

Es a estos últimos a quienes Marco Aurelio observa con admiración. Dice: “El verdadero bienhechor no reclama nada, sino que se prepara para otra buena acción, como la viña, que al llegar la estación da otra vez fruto.” No hay épica, ni relatoría de méritos. No hay “yo ayudé”, “yo te salvé”, “yo estuve allí”. Solo una naturalidad serena del alma que actúa según su naturaleza.

No se trata aquí de resignación ni de falsa modestia. Lo que propone Marco Aurelio es una ética de la acción sin ego, del deber cumplido sin dramatismo, de la virtud que no se pavonea. Como la viña, que no exige medallas por dar uvas. Como el perro que no cobra regalías por haber encontrado la presa. Como la abeja que no firma sus hexágonos.

Esta meditación es también una advertencia. Porque cuando ayudamos esperando algo a cambio —aunque sea reconocimiento— el favor pierde su estatura ética y se convierte en transacción. Entonces no ayudamos: invertimos. Y como toda inversión, nos volvemos acreedores, calculadores, manipuladores de la gratitud ajena.

En cambio, quien obra bien por convicción y no por marketing existencial, se libera. Libera también a los demás. No crea deudas emocionales ni vende gestos heroicos. Simplemente, hace lo que hay que hacer. Y lo hace otra vez, cuando la vida lo requiere, sin mirar el reloj, sin consultar su cuenta corriente de afectos. 

También es una gran lección para quienes trabajamos en el mundo de la defensa de derechos, el periodismo, la incidencia social: hacer sin reclamar, sin acumular méritos, sin instrumentalizar la ayuda. Hacer porque es lo que somos. Como la viña, que simplemente, da uvas.

¿Difícil? Sí. Pero quizá por eso mismo tan luminosamente necesario en este mundo que valora más la foto del acto que el acto en sí.

Así que la próxima vez que ayudes, pregúntate: ¿lo hice por justicia, o para alimentar mi vanidad? ¿Estoy esperando un “gracias” o preparándome para volver a ayudar?

Porque —como recuerda el emperador estoico— el verdadero bienhechor es como la viña: no exige nada por sus frutos. Simplemente, da uvas.


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