Segundas andanzas: Entrada 3 – Días útiles, lunas inútiles



El trabajo y sus sombras


Hubo días de escritura y de papeles. No los reniego: también son parte del viaje. Informes que se corrigen como si uno alineara adoquines bajo una tormenta. Listas, rúbricas, decisiones. Una jornada útil, con la utilidad de lo que exige estar despierto más allá del cuerpo.

Pero el alma no pidió permiso. Y se fue por su cuenta.

 

Insurrección melódica

Por la noche, Bresca. Cena con nombre de sur y menú como abrazo. Pasta casera maravillosa, aunque la experiencia en conjunto no fue tan memorable como en La Zarza. Una mujer a mi lado hablaba bajo y miraba a su hijo como si estuviera aprendiendo de él. Yo miraba el vino y lo dejaba decir.

Después, en casa, El Último de la Fila. “Insurrección” en versión 2023. Tan vigente como un reproche. Tan limpia como una cicatriz ya asumida. Escucharles es volver a una adolescencia más digna, donde la rabia tenía guitarra y las heridas, armonía. El vinilo nuevo reposa en mi escritorio como un talismán de algo que no se rompió del todo.


Trenes que insisten

Antes, hubo trenes. Los de cercanías aún funcionan, pero caminan con ese resuello del sistema que quiere durar sin que lo quieran. Viajar en ellos es como leer un poema mal maquetado: todo sigue allí, pero algo duele. El gobierno socialista promete parches. Mientras tanto, los rieles aguantan. Y uno, en el vagón, vuelve a escribir mentalmente como si eso sostuviera el viaje.

Una luna que no pedimos

Una luna casi llena se encaramó sobre el perfil de Alcalá. No era metáfora: estaba allí, altiva y redonda, mirando sin necesidad de ser mirada. En la plaza, los niños seguían corriendo como si fuera mediodía, y los árboles fingían que el verano no dolía. La ciudad, en cambio, parecía reconciliada con su sombra.

La ciudad dormía cuando regresé caminando. Pasé por el cartel de su festival de clásicos, por la fachada iluminada de una iglesia sin misa, por el perfil de un edificio morisco que parecía haber viajado también. La mujer de pelo azul -mi guardiana en la Casa de la Novicia Mayor- me dejó la lámpara encendida. Como quien sabe que uno necesita luz, pero también tregua.

 

Epílogo

Días útiles, lunas inútiles.
Y qué alivio que sigan ocurriendo ambos.

Porque hay una dignidad en lo que simplemente está. Una forma superior de sentido en lo que no exige ser comprendido. La luna -alta, intacta, sin más misión que ser- vigila con ternura implacable los tejados dormidos. No es ornamento, ni farol celeste: es la presencia misma de lo que nos excede.

Tal vez por eso nos conmueve: porque no nos debe nada. Porque sigue saliendo sin esperar aplausos. Porque su luz -débil, sí; suficiente, también- nos permite, al fin, recordar que hay otra forma de alumbrar el mundo.

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