Día 8 — Berlín: tácticas de luz, memoria de piedra
El instante previo
La carretera entre Gummersbach y Berlín es recta, eficiente, casi pedagógica. Como si la Bundesrepublik misma quisiera enseñarte que hay una forma correcta de llegar al conocimiento: sin atajos, sin sobresaltos, pero tampoco sin curvas dramáticas. Hasta que llega lo inesperado: un accidente en la ruta bloquea la Autobahn y entonces se forma un atasco monimental de horas. Advertidos a tiempo, nuestro chofer toma por rutas pueblerinas y el paisaje se va volviendo más idílico y menos concreto. Aldeas que ya no son fondo de pantalla, sino escenarios vivos. Berlín aparece, como siempre, sin anunciarse. De pronto estás dentro. No hay bienvenida. Solo estás ahí.
El pensamiento
En el Gropius Bau, el arte sigue buscando respuestas que no existen. ¿Cómo representar la violencia sin estetizarla? ¿Cómo narrar una ciudad sin borrar las ruinas que la fundaron? Luego, en la Akademie, la pregunta es otra pero su raíz es la misma: ¿cómo preservar el conocimiento común en una época donde cada quien fabrica su propia realidad a medida?
Las pantallas de la sesión lo dicen sin rodeos: epistemic divide. Ya no importa tanto qué es verdadero o falso, sino cómo llegamos a creer lo que creemos. El canal, más que el contenido. El grupo de WhatsApp de la banda de música del barrio puede volverse una trinchera informativa. El chat de cumpleaños, un nodo de desinformación. Los “colleagues on a mission”, como los llaman, actúan como células dormidas del caos epistémico. No necesitan argumentos. Solo confianza y repetición.
El detalle invisible
En una pausa, una frase se me cruza sin avisar: “El medio ya no es el mensaje, el medio es el mensajero tribal”. Y tiene razón. Porque el “choir”, el “sport club”, la “parents school” ya no son solo espacios de convivencia, sino estructuras afectivas donde se validan certezas. Y si alguien logra infiltrarlos, como lo hacen las campañas prorrusas en África Occidental, ya no se necesita ni un deepfake ni un bot: basta con una tía bien intencionada reenviando lo que le llegó.
El problema, lo sabemos, no es la mentira puntual. Es la erosión de los acuerdos comunes sobre la verdad. La desinformación no es el incendio, es el humo que nos impide ver que ya no compartimos ni siquiera el plano de la casa. Pero esto lo vamos a dejar para más tarde.
El eco
Frente al Memorial del Holocausto, la narrativa se detiene. Literalmente. Hay que bajar la voz. No hay textos, ni cronologías. Solo bloques de concreto que uno recorre con la sensación de que algo está fuera de lugar —o dentro de uno. Y es en ese silencio donde la memoria no se reduce a fechas o cifras, sino a una pedagogía de la incomodidad. Una advertencia contra las formas suaves del olvido. Una lección que ningún algoritmo puede enseñarte.
Berlín no se explica, se encarna. Entre sus piedras, sus pancartas, sus bicicarriles y sus hashtags, todavía se respira un tipo de resistencia: la de los que creen que la verdad importa, pero también saben que hay que reconstruir, desde el polvo, las formas de llegar a ella.
Comentarios
Publicar un comentario