Día 5 - Postales de una tarde en Colonia
No sé si fue el sol alemán o la contundencia gótica, pero la catedral de Colonia me pareció más un dogma esculpido que un templo. Hay algo en sus torres que parece gritar: “¡Arrepiéntete ahora o prepárate para una eternidad sin cerveza!” A sus pies, turistas, escolares y feligreses se mueven con la misma reverencia con la que se entra a un club selecto: con respeto y celular en mano.
Yo venía de cuatro días intensos en Gummersbach hablando de libertad de prensa, salud mental y consultores políticos que juegan con nuestras emociones como si fueran líneas de código. Así que la tarde en Colonia tenía que ser algo distinto. Una pausa, un sorbo de modernidad con perfume histórico.
Y sí, terminé en la patria del agua de Colonia, literalmente. Entre vitrinas de fragancias con nombres barrocos, descubrí esculturas kitsch de leones vigilantes, lámparas de diseño orgánico y un escaparate tan provocador como el eslogan de una campaña electoral populista.
Porque en Colonia conviven dos almas: la que aún huele a incienso medieval y la que perfuma la modernidad con oud y vainilla. Y uno, liberal que es, encuentra belleza en ambas. Como cuando te cruzas con una tienda llamada Schwarzer Elefant y no sabes si estás en una novela de Günter Grass o en un sketch de Saturday Night Live.
La tarde terminó, como debe terminar en Alemania, con cerveza fría bajo una sombrilla beige, con la catedral como testigo y un soundtrack mental que iba de Bach a The Smiths, pasando por George Michael. Porque sí, amigo lector, la libertad también se huele, se bebe y se escucha.
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