El groove ilustrado: US3 y Guru frente a frente
No todas las noches audiófilas se visten de smoking y sinfonías. Algunas, como esta, bajan la gorra con estilo y hacen breakdance en el parquet de la memoria sonora.
Esta noche, el templo fue tomado por el groove.
Hand on the Torch, el debut de US3, gira sobre mi tornamesa como si conociera cada rincón de la sala. Editado por Blue Note en 1993, este disco es —en todos los sentidos— un manifiesto cultural: el primer álbum de hip hop hecho íntegramente con samples oficiales del legendario catálogo jazzístico del sello.
No piratería. No bootlegs. Legado, con firma y con swing.
La cápsula se posa en el vinilo y arranca Cantaloop (Flip Fantasia). Boom.
Ese riff de Herbie Hancock —robado sin violencia, pero con picardía— flota en el aire y se mezcla con la voz susurrante de Rahsaan Kelly, los scratches quirúrgicos, y una sección rítmica que no pide permiso. Aquí no hay nostalgia: hay reencarnación.
Mis Focal Aria entregan cada contrabajo como si viniera directo de los estudios de Rudy Van Gelder. El Moon traduce, el McIntosh amplifica, y yo solo observo, contemplo, bailo (mentalmente).
La música no se escucha: se instala.
Y entonces viene Tukka Yoot’s Riddim, con ese fraseo mestizo entre jazz de club, spoken word londinense y esencia caribe.
Es 1993, pero también 1963, y a la vez 2025.
El tiempo no importa cuando el sonido tiene espina dorsal.
Hand on the Torch no envejece porque nació viejo, sabio, con una memoria de vinilo y una actitud de MPC.
US3 entendió algo que pocos entendieron: el jazz no es una pieza de museo, es una lengua viva. Y el hip hop, en sus mejores formas, es su heredero legítimo.
Con respeto, pero sin miedo.
Hubo un momento en los años 90 en que el jazz y el hip hop dejaron de mirarse de reojo para reconocerse en el espejo.
De ese encuentro —inesperado y necesario— nacieron dos discos fundamentales: Hand on the Torch de US3 y Jazzmatazz Vol. 1 de Guru.
Ambos se publicaron en 1993. Ambos nacieron bajo el ala protectora de sellos importantes (Blue Note y Chrysalis). Ambos entendieron que el jazz no es solo historia: es presente reimaginado, pulsante, hecho beat.
Desde el inolvidable Cantaloop (Flip Fantasia) —con ese riff robado con elegancia a Cantaloupe Island de Herbie Hancock— hasta los cortes profundos como Tukka Yoot’s Riddim, el disco respira swing, pero camina con zapatillas Nike.
Es británico en su pulcritud, casi académico en su estructura, pero vital como un jam session callejero.
Guru, la mitad filosófica de Gang Starr, no solo invitó a raperos como MC Solaar o Dee C Lee, sino a leyendas vivas del jazz como Donald Byrd, Roy Ayers y Lonnie Liston Smith.
La fusión fue literal: jazz en vivo, rimas conscientes, groove introspectivo.
Es un disco más urbano, más íntimo. No se impone: persuade. No deslumbra con técnica, sino que abraza con calidez.
Es el jazz del alma caminando por la acera del Bronx.
Pero lo que hizo Miles no fue una concesión: fue una intuición. En vez de samplear, tocó su trompeta sobre beats. En vez de teorizar, se metió al estudio con un productor de rap y grabó en caliente.
Doo-Bop no es perfecto, pero es valiente. Es ese disco que incomoda porque no pide permiso. No se adapta: provoca. Y si US3 fue el manifiesto sampleado, y Guru el manifiesto tocado, Miles Davis fue el gesto. El punto cero. El riesgo que hizo posible todo lo demás.
No hay rivalidad. Solo diálogo. US3 celebra el archivo. Guru lo expande. Miles lo revienta.
Todos dijeron lo mismo en idiomas distintos: el jazz y el hip hop son familia.
Y lo dijeron cuando todavía no era cómodo hacerlo. Por eso, hoy, poner uno de estos discos en el plato no es solo escuchar: es recordar el momento en que el groove se volvió ilustrado.
Esta noche, el templo fue tomado por el groove.
Hand on the Torch, el debut de US3, gira sobre mi tornamesa como si conociera cada rincón de la sala. Editado por Blue Note en 1993, este disco es —en todos los sentidos— un manifiesto cultural: el primer álbum de hip hop hecho íntegramente con samples oficiales del legendario catálogo jazzístico del sello.
No piratería. No bootlegs. Legado, con firma y con swing.
La cápsula se posa en el vinilo y arranca Cantaloop (Flip Fantasia). Boom.
Ese riff de Herbie Hancock —robado sin violencia, pero con picardía— flota en el aire y se mezcla con la voz susurrante de Rahsaan Kelly, los scratches quirúrgicos, y una sección rítmica que no pide permiso. Aquí no hay nostalgia: hay reencarnación.
Mis Focal Aria entregan cada contrabajo como si viniera directo de los estudios de Rudy Van Gelder. El Moon traduce, el McIntosh amplifica, y yo solo observo, contemplo, bailo (mentalmente).
La música no se escucha: se instala.
Y entonces viene Tukka Yoot’s Riddim, con ese fraseo mestizo entre jazz de club, spoken word londinense y esencia caribe.
Es 1993, pero también 1963, y a la vez 2025.
El tiempo no importa cuando el sonido tiene espina dorsal.
Hand on the Torch no envejece porque nació viejo, sabio, con una memoria de vinilo y una actitud de MPC.
US3 entendió algo que pocos entendieron: el jazz no es una pieza de museo, es una lengua viva. Y el hip hop, en sus mejores formas, es su heredero legítimo.
Con respeto, pero sin miedo.
Hubo un momento en los años 90 en que el jazz y el hip hop dejaron de mirarse de reojo para reconocerse en el espejo.
De ese encuentro —inesperado y necesario— nacieron dos discos fundamentales: Hand on the Torch de US3 y Jazzmatazz Vol. 1 de Guru.
Ambos se publicaron en 1993. Ambos nacieron bajo el ala protectora de sellos importantes (Blue Note y Chrysalis). Ambos entendieron que el jazz no es solo historia: es presente reimaginado, pulsante, hecho beat.
US3: El sample como herramienta de reescritura
Hand on the Torch fue el primer disco en la historia de Blue Note construido íntegramente con samples del propio catálogo del sello. No era saqueo: era arqueología creativa.Desde el inolvidable Cantaloop (Flip Fantasia) —con ese riff robado con elegancia a Cantaloupe Island de Herbie Hancock— hasta los cortes profundos como Tukka Yoot’s Riddim, el disco respira swing, pero camina con zapatillas Nike.
Es británico en su pulcritud, casi académico en su estructura, pero vital como un jam session callejero.
Guru: El jazz como conversación espiritual
En cambio, Jazzmatazz Vol. 1 no samplea: convoca.Guru, la mitad filosófica de Gang Starr, no solo invitó a raperos como MC Solaar o Dee C Lee, sino a leyendas vivas del jazz como Donald Byrd, Roy Ayers y Lonnie Liston Smith.
La fusión fue literal: jazz en vivo, rimas conscientes, groove introspectivo.
Es un disco más urbano, más íntimo. No se impone: persuade. No deslumbra con técnica, sino que abraza con calidez.
Es el jazz del alma caminando por la acera del Bronx.
La coda necesaria: Miles Davis y el pecado original
Pero antes de que US3 y Guru formalizaran el matrimonio entre jazz y hip hop, Miles Davis ya había cometido el escándalo. En 1992, un año antes de los dos discos mencionados, Miles publicó Doo-Bop, su álbum póstumo, producido junto al beatmaker Easy Mo Bee. Fue abucheado por los puristas y despreciado por los académicos.Pero lo que hizo Miles no fue una concesión: fue una intuición. En vez de samplear, tocó su trompeta sobre beats. En vez de teorizar, se metió al estudio con un productor de rap y grabó en caliente.
Doo-Bop no es perfecto, pero es valiente. Es ese disco que incomoda porque no pide permiso. No se adapta: provoca. Y si US3 fue el manifiesto sampleado, y Guru el manifiesto tocado, Miles Davis fue el gesto. El punto cero. El riesgo que hizo posible todo lo demás.
No hay rivalidad. Solo diálogo. US3 celebra el archivo. Guru lo expande. Miles lo revienta.
Todos dijeron lo mismo en idiomas distintos: el jazz y el hip hop son familia.
Y lo dijeron cuando todavía no era cómodo hacerlo. Por eso, hoy, poner uno de estos discos en el plato no es solo escuchar: es recordar el momento en que el groove se volvió ilustrado.
Acertado análisis! Felicitaciones
ResponderBorrarGracias.
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