Archivo del Oído Interior – Noche con Eddie Palmieri
No todas las noches uno saca un disco: hay noches en las que uno se saca un país entero de la funda. Esta empezó con un Vámonos Pa’l Monte prensado en 180 gramos, tan perfecto que hasta el celofán parecía protegerlo del siglo XXI. Lo sostuve un momento antes de abrirlo, como quien mide si está listo para que le revuelvan el corazón y las piernas al mismo tiempo.
El ritual ya es parte de mi cuerpo: quitar el plástico con cuidado, sentir la textura mate de la carátula, dejar el vinilo sobre el plato del VPI Cliffwood como si fuera un plato de porcelana fina. Bajo la aguja Audio-Technica VMN40ML, y el McIntosh MA352 me responde con ese resplandor verde-azul que es más promesa que adorno. El MC250, veterano sabio, espera en silencio pero preparado para el golpe en la zona 2.
Y entonces Palmieri. Y su pandilla. La percusión abre la puerta sin tocar. Las congas entran como amigos de confianza: sin pedir permiso, pero sabiendo que se les quiere. El trombón y la trompeta se pelean en medio de la sala, y el teclado… los teclados no acompañan: mandan. Palmieri toca como si cada nota fuera la última, pero también como si supiera que va a tener muchas más.
En esta edición todo respira distinto. El bajo ya no es sombra: es columna vertebral. Hay aire entre los instrumentos, como si cada uno tuviera su propio rincón en la sala. Y yo ahí, sentado, moviendo el pie al principio, el hombro después, y en un par de coros ya rendido al complot corporal.
Escuchar este disco así —de noche, con las McIntosh encendidas y las luces azules marcando el pulso— es más que un placer audiófilo. Es un recordatorio de que la salsa, cuando es verdad, no envejece. Y que Vámonos Pa’l Monte no es una invitación: es una orden.
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