Archivo del Oído Interior: Lo mató – Willie Colón & Héctor Lavoe (1973)
La música entra por los oídos, pero se aloja en otra parte
Anoche no escuché un disco: asistí a una tragedia sonorizada. Con el volumen justo, la luz baja y un leve retardo entre las válvulas encendidas y la aguja bajando, la sesión tuvo algo de ceremonia clandestina. Sonó Lo mató, ese álbum de 1973 donde Willie Colón y Héctor Lavoe decidieron que la salsa podía ser también un género negro.
La portada no engaña: dos rostros que podrían estar en una cinta de Scorsese tropical. Colón con el sombrero ladeado, la mirada seca y con el revolver en la sien de la víctima. Usted o yo o más bien quién no comprara el disco. Se puede adivinar a Lavoe fuera de escena, con gesto ambiguo, como si supiera lo que viene y no pudiera evitarlo. No hay poses: hay una tensión congelada. Esa tensión está en cada surco del vinilo.
Ficha técnica emocional
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Disco: Lo Mató – Willie Colón & Héctor Lavoe (Fania, 1973)
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Hora de escucha: 21:43 – 23:05
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Formato: Vinilo reedición 2024, excelente estado
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Tornamesa: VPI Cliffwood
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Cápsula: Audio-Technica VMN40ML (microlinear, reveladora sin concesiones)
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Amplificación: McIntosh MA352 (pre de válvulas + potencia de estado sólido)
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DAC Moon 780: en modo silencio, por respeto
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McIntosh MC250: en vigilia silenciosa, como un guardaespaldas retirado
El sonido
Desde el primer golpe de timbal, supe que la cosa iba en serio. El bajo eléctrico marcaba una línea densa, casi fúnebre. La trompeta de Colón —limpia, con filo de cuchilla— no adornaba: dictaba sentencia. Y entonces entra Lavoe.
No canta. Declara. Relata. Suplica. Se burla.
Lavoe es el cronista de una historia que se repite en cada calle del Caribe urbano, en cada desencanto migrante. Su voz, nítida y rota, no busca compasión. Busca que alguien lo escuche. Alguien que sepa que “el día de mi suerte” es una frase con ecos de ironía bíblica.
Los agudos —a través del VMN40ML— chispean sin estridencias. Las congas tienen cuerpo, madera, calle. La voz está en el centro, como si Héctor estuviera cantando desde el sofá. Y uno escucha no solo la música: escucha el Bronx en 1973, los tejados mojados, el humo en los clubes, las deudas emocionales y los silencios que no prescriben.
Epílogo del alma
Lo Mató no es solo un álbum. Es un manifiesto sobre la desilusión, la violencia estructural, el amor que mata y no pide disculpas. Es el retrato del hombre que espera su día, que sabe que la suerte no se hereda ni se invoca: se sobrevive.
Y en esa sobrevida está el arte. La belleza. El desgarro que, escuchado en un buen sistema, se vuelve verdad emocional.
No quise escuchar nada más después. Ni siquiera Sting, que me mira desde el rincón como diciendo: “estuvo bien, chico. Hoy no hay más que decir".



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