Diarios Estoicos: la primera herida es la más profunda


The first cut is the deepest, baby I know… the first cut is the deepest…

Cat Stevens escribió esa línea como quien deja una confesión en voz baja sobre la mesa de la vida. Años después, Rod Stewart le puso su voz rasposa y elegante, como si confirmara que el paso del tiempo no cura: solo aprende a disimular. Lo que ninguno dijo abiertamente, pero que Séneca habría susurrado con resignada claridad, es esto: lo que nos duele más no es solo la herida, sino que no la vimos venir.

“Los reveses inesperados resultan más graves; la novedad aumenta el peso de la calamidad…”

– Séneca, Epístolas morales a Lucilio, 91.3-4


Hay un tipo de dolor que se instala más hondo. No por su intensidad, sino por su sorpresa. Una pérdida que no estaba en el guion. Una traición que no se había ensayado. Una enfermedad, un adiós, un derrumbe que interrumpe la línea recta de los días.

Séneca lo sabía. El alma, dice, debe entrenarse no solo en lo que suele ocurrir, sino en todo lo que puede ocurrir. Como quien sale a caminar sabiendo que puede llover. Como quien ama sabiendo que puede perder. Como quien vive sabiendo que nada le pertenece.

Y sin embargo, incluso cuando sabemos… duele. El estoicismo no anestesia, solo coloca el dolor en su lugar. No lo dramatiza, lo comprende. No lo niega, lo domestica.

Por eso, esa frase de Cat Stevens, trivial para unos, cursi para otros, puede convertirse en un aforismo de escuela estoica si se la escucha con el corazón en carne viva: la primera herida es la más profunda… porque es la que nos agarra desarmados, sin armadura ni ensayo general.

Pero no es la última.

Y eso también es consuelo.

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