Diarios Estoicos: Decir gracias, como Epicteto mandaría
Decir gracias en clave estoica es mucho más que pronunciar una fórmula educada: es reconocer, con serenidad y lucidez, que aquello que recibimos —sea un gesto, una palabra o incluso una adversidad— es parte del orden natural del mundo, del logos que gobierna las cosas.
Gracias.
Pero no como quien espera reciprocidad.
Gracias como quien ha comprendido que todo lo que llega —gozo o infortunio— es materia prima para el trabajo interior.
Gracias, no por lo que me das, sino por la oportunidad de ejercitar mis virtudes:
la templanza ante lo dulce,
la fortaleza ante lo amargo,
la justicia para no atribuirme lo que no es mío,
y la sabiduría para distinguir entre lo que depende de mí y lo que no.
Gracias, no con entusiasmo impostado ni optimismo de autoayuda, sino con esa alegría sobria que nace del desapego, del saber que nada me es debido, y que todo —absolutamente todo— puede ser ocasión para crecer.
Gracias porque estás aquí, y eso es suficiente.
Gracias porque te vas, y eso también lo es.



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